- ... y entonces le digo muy educadamente: "Señor Mingueleskie, usted y yo nos conocemos desde hace más de 41 años, ¿no es cierto? Y, desde entonces, cada vez que nos encontramos, sea donde sea, usted insiste en lanzarme una torta de crema a la cara y darme una patada en la rodilla... Señor Mingueleskie, siendo usted un respetable anciano y un brillante juez del Tribunal Supremo, y yo el presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y padre de cinco hijos... ¿no le parece que, a estas alturas de nuestras vidas, la broma está ya completamente fuera de lugar?"
- Vaya... ¿y qué te respondió él?
- Se sorprendió, ¿sabes? Se sorprendió mucho. Dijo que lo sentía profundamente, que estaba realmente dolido por su actitud y que jamás pretendió humillarme. Dijo que si había estado lanzándome tortas de crema y pateándome la rodilla durante más de 41 años se debía, únicamente, a que pensaba que yo disfrutaba con la broma y que, de hecho, él no tenía ningún interés en continuar con lo que dio en llamar "una pueril y reprobable burla propia de mentes pequeñas". Eso dijo, en serio... y fue un noble gesto; realmente noble. Digno de un gran hombre como él. Después de eso, se disculpó nuevamente, me estrechó respetuosamente la mano, me lanzó la torta que escondía tras la espalda y mientras yo trataba de quitarme la crema de los ojos, me propinó un fortísimo puntapié en la rodilla y huyó corriendo.
(Texto tomado de "El hombre que comía diccionarios". La ilustración es "Faul", de Thomas Lunz)
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