miércoles, 13 de abril de 2011

El capital enseña cómo hacer nuevos enemigos

Si uno no viviera en América del Sur, llegaría a pensar que los gobernantes griegos son idiotas: en medio de la situación terminal de la economía y el Estado que administran, se ponen a enfrentar a un pueblo entero para perpetrar negocios turbios con el dinero público. Pero no, nuestro continente mágico y realista -y sobre todo nuestros gobernantes- ya nos han enseñado hasta el cansancio que la corrupción es inherente al sistema: si las cosas de todos modos van a ir mal, si el manejo de la cosa pública siempre tiene como premisa favorecer a los ricos -locales y/o foráneos-, si el hipertrofiado mecanismo de concentración de este capitalismo geronte y terminal hará de todos modos que ningún ajuste, ningún recorte, ningún sacrificio sea nunca suficiente... ¿por qué no manotear su parte? ¿por qué no favorecer a los amigos? ¿por qué no dirigir la política y la economía en beneficio de su sector, si de todos modos tienen que hacerlo en beneficio de otros sectores no menos corruptos, tramposos, turbios, ladrones y criminales que ellos mismos? ¿O qué son, los hijos de la pavota?, como diría mi abuela. Para mayor abundamiento, se podrían citar los casos del ex presidente Bush y los contratos de Halliburton en Irak, el de cualquier gobernante de provincia empobrecida en países que podrían ser riquísimos como los nuestros, los de los burócratas del PC chino que se pasan a la burguesía con armas y bagajes mientras caminan sobre las cabezas de millones de ex campesinos expulsados por sus propias políticas de miseria, o los consabidos dictadores africanos que masacran a sus pueblos bajo la atenta mirada de los imperialistas europeos que desde hace décadas y siglos exprimen a cada uno de esos países. Y si no, preguntémosle a Berlusconi, alguien que ya es rico y tiene bien claro para quién gobierna, por eso no deja de manotear lo suyo en cada ocasión. Eso sí, yo creía que en Europa los mecanismos eran un poco más prolijos. Estos griegos son unos bárbaros... ;-)



Kératéa, fuera de control: 'Los viejos preparan los cócteles Molotov y los pequeños los lanzan'

Por Ana Martínez

Kératéa, una pequeña región al este de Atenas parece estar en guerra. Las manifestaciones se encadenan de una noche a otra. Los enfrentamientos con las autoridades y la preparación de cócteles Molotov están a la orden del día. Las calles que conectan la capital de Grecia con Lavrio, una ciudad en la costa del país, están siendo constantemente bloqueadas desde hace cuatro meses por los manifestantes. Esta vez no protestan por los recortes del Gobierno o la crisis económica, sino por la construcción de un vertedero en la zona.

Los que se manifiestan en contra de esta construcción aseguran que siempre se han declarado contrarios ha cualquier tipo de obra en Kératéa, ya que se trata de un lugar arqueológico. Stavos Karagounis, que forma parte de los grupos que se movilizan en contra de esta reforma, explica que en el lugar donde quieren construir el vertedero "hay conductos de agua que dan al mar". Añade que han "propuesto otros métodos, pero el Gobierno no escucha".

"Hace un mes la policía ocupó el centro de la ciudad. No podíamos salir de nuestras casas", explica Karagounis. El Gobierno aclara que pretende construir un vertedero biológico, pero Karagounis asegura que lo hace simplemente por intereses económicos con la empresa constructora MESOGIOS. "Grecia pretende hacer un basurero que dentro de dos años la Unión Europea ilegalizará", recalca el manifestante. "No tiene nada que ver con el reciclaje", concluye.
'La violencia sigue creciendo'

"Tienen a 500 policías que no se mueven de la zona", asegura Yanis Souliotis, un periodista griego que escribe para el periódico 'Ekathimerini'. "La policía intenta hacer lo posible, pero todas las noches tiene que enfrentarse a manifestaciones violentas en la zona de Kératéa", explica Souliotis.

Karagounis aclara que el Gobierno está gastando mucho dinero manteniendo las 24 horas a los policías en la región, dinero que el país no tiene en tiempos de crisis.

La región está fuera de control, según informan los periódicos griegos, pero nadie parece asumir la responsabilidad de lo que está ocurriendo. "El ministerio de medio ambiente dice que no puede continuar con los planes de construcción del vertedero a causa de la gran violencia de las protestas. El Gobierno intenta culpar a la policía, que no consigue controlar a los habitantes de la región", añade el periodista. Según explica Karagounis, el propietario de la empresa constructora MESOGIOS también se ha lavado las manos: "dice que no tiene nada que ver con la construcción", detalla el manifestante.

Según el periódico griego 'Ekathimerini', el Gobierno no quiere visitar la región hasta que la violencia no cese. No obstante, Karagounis aclara que las manifestaciones son constantes porque los policías no abandonan la zona. Explica que "los actos violentos han empezado porque la policía está aquí. Si no hay policía, no hay actos violentos".

Alain Salles, periodista del periódico francés 'Le Monde', comenta que la situación en la zona se ha convertido en "un símbolo de resistencia contra el Gobierno, en un momento de crisis". Los manifestantes están orgullosos de la violencia con la que combaten a las autoridades. "Los viejos preparan los cócteles Molotov y los jóvenes los lanzan", explica un habitante a Salles.

Artículo de El Mundo

lunes, 11 de abril de 2011

Para gente caprichosa, los islandeses

Ya la mayoría había olvidado que antes que EEUU, Grecia, Irlanda y Portugal, la primera manifestación de esta gigantesca quiebra del capitalismo había tenido lugar en Islandia. Cuando a fines de 2009, basados en el "buen desempeño" de los países BRIC, muchos se apresuraban a dar por terminada la crisis mundial, el llamado de atención vino también desde Islandia: el Eyjafjallajökull cubrió el cielo europeo de cenizas para recordar a todos que el pecado cometido había sido demasiado grande para pretender redimirlo sin pasar al menos una buena temporada en el purgatorio. Y ahora, cuando ya parecía institucionalizado el sistema de rescatar a los bancos y a los Estados en quiebra haciendo que la gente pagara los desatinos de los ricos mediante ajustazos y recortes, ¡otra vez llegaron los islandeses! Simpatizo con esta gente que se enfrenta a los banqueros ladrones y aun a su propio gobierno, que intenta reconciliarse con ellos. Antes de presentarles el artículo que ilustra el caso, permítanme que ice la bandera del país de los glaciares:



Reino Unido y Holanda amenazan con demandar a Islandia ante los tribunales
Estos dos países le exigen una indemnización de 4.000 millones de euros por la quiebra de una entidad. Los islandeses han rechazado el plan de pago en el referéndum celebrado el sábado.

WALTER OPPENHEIMER | Londres 11/04/2011

Lo que los Gobiernos pactan, los votantes lo pueden hacer trizas. Así han decidido actuar los islandeses, que el sábado rechazaron por segunda vez en un referéndum el acuerdo al que había llegado su Gobierno con los de Reino Unido y Holanda para resolver el contencioso que le enfrenta con ellos por la deuda generada en 2008 por la quiebra del banco Icesave. Con el 90% del voto escrutado, casi el 60% de los votantes se pronunciaron contra ese acuerdo, por el que Islandia debía devolver a esos dos países los 4.000 millones de euros que les costó garantizar a sus ciudadanos los depósitos que tenían en ese banco islandés, filial en Reino Unido y Holanda del nacionalizado Landbanski.

El conflicto se debe a que Islandia decidió avalar todos los depósitos bancarios que había en la isla cuando se desplomó su sistema financiero en la crisis de otoño de 2008. Pero Reikiavik se desentendió de las cantidades depositadas en los bancos islandeses que actuaban en el exterior, como Icesave, que en apenas unos meses captó miles de ahorradores en Holanda y Reino Unido ofreciendo tipos de interés de entre el 5% y el 6%. Cuando la banca islandesa se desplomó, Londres y La Haya garantizaron los depósitos de bancos islandeses en su territorio, pero luego exigieron que el Gobierno islandés les pagara ese dinero.

La obligación legal de Islandia en este caso es discutible. Reikiavik no la admite, pero británicos y holandeses sostienen que Islandia incumple la normativa del Espacio Económico Europeo en dos aspectos: porque esta le obliga a garantizar al menos los 20.000 primeros euros de cada depositante y porque está discriminando a los acreedores no islandeses.

Pero, sea cual sea el trasfondo legal, el Gobierno islandés cree que es políticamente necesario llegar a un acuerdo sobre el asunto para garantizar que el país pueda volver a financiarse en los mercados internacionales. El año pasado se llegó a un acuerdo por el que Islandia pagaría a Holanda y Reino Unido 4.000 millones de euros entre 2016 y 2024 a un interés del 5,5%.

Tras ser rechazado con más del 90% de los votos en contra en un referéndum, el acuerdo fue renegociado y hace unos días se recortó el interés a pagar por Islandia al 3,3% y se amplió el plazo de devolución hasta 2046. Pero los islandeses han vuelto a decir que no, a pesar de que el Gobierno islandés recobrará la mayor parte de ese dinero por la venta de activos bancarios nacionalizados y sólo una pequeña parte de la deuda acabará siendo asumida directamente por los contribuyentes.

Los votantes "han elegido la peor de las opciones", declaró la primera ministra, Jóhanna Sigurdardóttit, cuyo Gobierno de centro-izquierda podría verse obligado a dimitir. "Es, desde luego, muy decepcionante", añadió. En términos muy similares se pronunció el ministro holandés de Finanzas, Jan-Kees de Pager, con el añadido de que empezó a enseñar el hacha: "El tiempo de negociar ya es cosa del pasado. Islandia está obligada a devolvernos el dinero. Ahora son los tribunales los que han de decidir", declaró. Lo mismo dijo el número dos del Tesoro británico, Danny Alexander. "Hemos intentado llegar a una solución negociada. Tenemos la obligación de conseguir que nos devuelvan ese dinero y vamos a seguir persiguiendo ese objetivo hasta que lo consigamos", declaró.

El voto negativo no sólo ha contrariado a los políticos de los tres países. También amenaza con ser muy mal recibido por analistas e inversores. La agencia de calificación Moody's ya había anunciado días atrás su intención de rebajar la calificación de la deuda islandesa si el acuerdo era rechazado por los votantes. Y numerosos analistas han expresado ya su preocupación por las consecuencias que puede tener para Islandia. Sobre todo si se tiene en cuenta que el Gobierno había basado toda su agenda económica en la normalización de relaciones con la comunidad internacional. Pero si el caso llega finalmente a los tribunales, la decisión final puede demorarse varios años.

Frente al rechazo de los Gobiernos, el presidente de Islandia, Oláfur Ragnar Grímsson, considera que los dos referendos que él ha convocado "han devuelto al país la confianza perdida tras el hundimiento de la economía islandesa" en 2008. Los resultados, en su opinión, "refuerzan aun más la democracia".

Fuente: El País

viernes, 1 de abril de 2011

"Un gran país con demasiados bellacos"

El combate perpetuo, un buen texto de Marcos Aguinis en el que hace la biografía novelada del Almirante Guillermo Brown, viene a confirmar lo que uno venía sospechando: la revolución es una máquina poderosa que devora a sus artífices. Los consume, los tritura, los escupe en el barro... y les da vida eterna. El heroico y generoso irlandés, recién afincado en tierras extrañas, da más de lo que tiene y de lo que puede para luchar por la independencia de su nueva nación. La burguesía porteña, especuladora hasta para ir al baño y mala pagadora como siempre, lo maltrata y lo humilla más de una vez. Pero no podrá expulsar a Brown del combate: por el contrario, cuando menos lo piense deberá volver a llamarlo, porque el hombre está peleando por algo mucho más grande que todos los negocios del Río de la Plata juntos...


XVI

Recordemos. Corre el año 1818. José de San Martín ha librado la decisiva batalla de Maipú y se dispone a culminar su campaña emancipadora. El presidente Monroe adquiere tierras en la africana Liberia para la American Colonization Society. Bernadotte asume el trono de Suecia con el nombre de Carlos XIV. Brackenridge escribe su notable y pintoresco Viaje a la América del Sur. Napoleón sigue encadenado a la roca de Santa Elena. David Ricardo lanza sus Principios de economía política. Beethoven compone la Missa Solemnis. Schopenhauer publica El mundo como voluntad y representación. Simón Bolívar reorganiza sus fuerzas... Y el coronel de marina Guillermo Brown, tras su esperanzado retorno a Buenos Aires, es arrestado y encarcelado en el cuartel de Aguerridos: el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata ha decidido hacerle pagar su desobediencia, contrariamente a lo prometido por Rivadavia y calculado por la lógica.

Brown había nacido en 1777 en el pueblito irlandés de Foxford, bajo secular opresión inglesa. A los nueve años su padre lo llevó a Filadelfia, Estados Unidos, para buscar un horizonte más benévolo y traer después al resto de su familia. Pero allí quedó huérfano y desam­parado, lejos de su madre y sus hermanos, lejos de su valiente tío cura, lejos de las referencias que lo habían moldeado. Lo rescató una nave americana, donde invir­tió su adolescencia en descubrir los secretos del mar. Simultáneamente aprendió también las artes de la gue­rra y luego bebió la hiel de nuevas injusticias. Fue apre­sado por los ingleses y convertido en botín de leva. Aparecieron los franceses que, en lugar de liberarlo por haber sido un cautivo de Gran Bretaña, lo confinaron en una mazmorra. Fugó, volvieron a encarcelarlo y volvió a fugar. Cruzó el Rhin y pudo llegar a Londres, capital del imperio que lo había agredido dos veces, pero con el que estaba unido por lazos de idioma y múltiples tradi­ciones. Ingresó en la marina mercante de Inglaterra. Conoció a Elizabeth Chitty, con quien se casó. Y produ­jo asombro entre sus nuevos parientes al comunicarles su decisión de radicarse junto al Río de la Plata, en "el fin del mundo", para alejarse de una Europa incendia­da por las guerras. Pero en la remota Buenos Aires presenció la Revolución de Mayo y se presentificaron con energía los anhelos de libertad que habían soplado en su infancia. Aún trató de mantenerse como un pací­fico comerciante llevando mercaderías al Brasil, pero los artilugios legales lo dejaron sin barco ni mercade­rías. Regresó a Inglaterra para reaprovisionarse y vol­ver a Buenos Aires: algo poderoso, aún desconocido, lo ligaba con las nacientes Provincias Unidas.

En efecto, tras su retorno al Nuevo Mundo comienza a brindar servicios que ya no tienen como objetivo el comercio, sino la emancipación americana. Su talento naval descolla tanto que el Director Supremo lo designa comandante de la nueva y precaria escuadra. Triunfa en los aguerridos combates de Martín García y luego, en 1814, consigue someter el último baluarte realista en el Atlántico sur. Brown es un héroe admirado e indiscutido de la naciente nación. Le confían entonces organizar un crucero por las costas del Pacífico para agrietar el poderío realista en Chile y Perú. Pero sólo organizarlo: exigen, por razones oscuras, que él permanezca en tierra. Brown se cansa de las intrigas, las falsas promesas y la ingratitud. Pero en realidad lo quema el llamado de la aventura. No puede frenar su deseo de comandar el Crucero. Y, entre justificativos diversos que ofrece a su mujer y también a sí mismo, trepa a la nave capitana y ordena zarpar. El Gobierno, desconcertado, hace esfuerzos por llamarlo a la reflexión. Brown no acepta retroceder, asume los riesgos que implica esta frontal desobediencia —no era el único que las cometía en esos días caóticos—, y se lanza hacia las aguas australes para cruzar hacia el Pacífico. Su tarea de corsario se sobrecargó de peligros y en varias ocasiones estuvo muy cerca de perder todas sus naves y también la vida. Pero infligió al poder realista humillaciones inéditas, como sitiar la fortaleza del Callao durante más de veinte días y haber casi conquistado la estratégica Guaya­quil. Su presencia agitó el espíritu revolucionario des­de los hielos del sur hasta el Ecuador.

Pese a estos servicios, no puede retornar a Buenos Aires porque allí el rencor por su desobediencia es más significativo que sus servicios a la revolución emancipadora. Venciendo el hambre, las enfermedades y una torturante nostalgia, pasa de largo la ingrata costa argentina donde supone que le lloran y extrañan su mujer y sus hijos, y navega hasta el Caribe. Pero en vez de encontrar ayuda entre los hombres que hablan su misma lengua natal, es objeto de una vil rapiña. Los ingleses que dominan muchas islas del Caribe lo esta­fan y abandonan en una playa semidesierta, casi como si ya fuese un cadáver. La encefalitis lo pone al borde del fin. Después, durante la convalecencia, sufre un politraumatismo. Se salva por milagro y, convencido de que nada logrará en esas islas, logra embarcar rumbo a Londres, la capital de un imperio tan poderoso como contradictorio, porque al menos allí obtendrá el apoyo de sus cuñados. Lo golpea la sísmica sorpresa de encon­trar a Elizabeth y sus hijos, quienes la habían pasado mal durante su larga ausencia y debieron fugar de Bue­nos Aires.

Pese a todo, Brown retorna. Se cree protegido por algunas promesas, por la carta de Rivadavia, por cente­nares de bravos marinos, por la sensatez.

Pero el pueblo no lo espera en la Alameda —como ocurría tras sus resonantes batallas— ni el Gobierno le manda un carruaje oficial. Llega con su familia como cualquier desconocido. Pero ya sabemos que no es un desconocido, sino un sublevado. Sin consideraciones a sus sobrados méritos, lo encierran en un cuartel. Resul­ta increíble: a las numerosas injusticias que han eslabo­nado sus días desde que era pequeño se suma esta nueva, mayúscula, casi más gravosa que todas las anteriores. ¿Es posible tolerar tanto? No, no es posible. Guillermo Brown enferma en prisión. Le acosan dolo­res en el hígado y el estómago; su piel se torna amari­llenta. El defensor solicita que, debido a su estado, le sea conmutada la prisión en el cuartel por un arresto en su domicilio. Lo hacen examinar por el director del Instituto Médico Militar, pero la Comisión Fiscal recha­za la solicitud; lo autorizan, en compensación, a pasear­se por el cuartel: opinan que con algo de ejercicio mejo­rarán sus males.

A la encendida defensa preparada por el coronel Mariano B. Rolón se opone el fiscal de la causa, sargento mayor Matías de Aldao, quien exige "embargo y venta de los bienes que se le encuentren". Guillermo Brown, arrimando los labios a su confesor, exclama: —This is a great country, but, what a pity, there are many blackguards!*

El auditor general, doctor Juan José Paso, interviene para restablecer el sentido común. Propone una fórmula mediante la cual, "sin pronunciar una declaración de inocencia, mande sobreseer y archivar el proceso de esta causa, restableciendo sin nota al coronel Brown procesado, a su libertad, empleo y prerrogativas".

El juicio largo y la prisión bochornosa agotan los restos de paciencia que aún ardían en el pecho de Brown. El 23 de agosto de 1819 se dirige al Director Supremo: hace más de diez meses que me hallo preso (...) Yo, señor Exmo., ya no tengo de qué subsistir, los recursos de los amigos que me favorecen están agotados y, al fin, en una imposibilidad absoluta de subsistencia". Más adelante resume su situación con un breve párrafo: "...al tercer día de mi llegada a Buenos Aires fui confinado en una prisión militar durante 40 días y, después, juzgado por el Consejo de Guerra Militar, en un proceso que duró cerca de un año hasta que se dictó sentencia, la más injusta que pueda darse".

Guillermo Brown es absuelto, finalmente, pero se dispone su retiro absoluto del servicio, "con sólo goce de fuero y uniforme".

Cuenta su dolor y las terribles secuelas: "Esto y la injusticia de que fui víctima en Inglaterra, obraron sobre mi mente. También estaba separado de mi familia, la que quizá no tardaría en pasar necesidades y faltarle el pan. Hacia mediados de septiembre de 1819 enfermé de fiebre tifoidea. Privado de mi razón, el día 23 me arrojé desde la azotea de la casa del señor Reid, de tres pisos, rompiéndome el fémur y cometiendo otros actos que, espero, el Todopoderoso me ha de perdonar. Des­pués de este accidente estuve seis meses en cama acos­tado de espaldas, sin poder mover un miembro o mi cuerpo. Sólo sabe Dios lo que sufrí".

Cruel es la patria naciente. Golpea con mano irrespe­tuosa, y no solamente a Guillermo Brown. Juan Larrea, que había sido miembro entusiasta de la Primera Junta y constructor de la escuadra patriota, también fue pro­cesado en 1815 por un tribunal especial donde predo­minaron los intereses políticos; antes lo habían encarce­lado en la lejana San Juan, de donde regresó como dipu­tado a la Asamblea Constituyente. Ahora lo humillaban secuestrándole sus pocos bienes y "con la partida de registro que haga constante su expulsión". Se radicó en Francia, pero tres años después regresó al Plata, insta­lándose en Montevideo, donde apenas podía "asegurar el sustento de su familia" —como escribe a San Mar­tín—, hasta que en 1822, gracias a la Ley del Olvido, pudo regresar a Buenos Aires. No obstante, la tragedia pellizca sus talones y la reanudación de las persecucio­nes políticas lo agotan. El abnegado y leal Juan Larrea, el hombre de flequillo partido, de fúlgida inteligencia, de moreniana combatividad, se suicida.


* Este es un gran país, pero ¡qué lástima!, hay demasiados bellacos.

Capítulo XVI de El combate perpetuo, de Marcos Aguinis.