jueves, 14 de mayo de 2015

De Borges, sobre Luciano Arruga

Los 20 pesos que la Bonaerense le robó a Luciano, y la dignidad que los dominadores jamás conocerán. Breve crónica sobre el testimonio de Vanesa Orieta y una hipótesis sobre la tortura.

Nuestro Borges, “nuestro” más allá de sus cegueras políticas, porque su obra vale más que eso, escribió en uno de sus poemas de reflexión/fantasía histórica textualmente: “Yo sé (todos saben) que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece, pero también sé imaginar que ese juego… descubrirá algún día el arte divino de destejer el tiempo o, como dijo Pietro Damiano, de modificar el pasado” (1) Y yo elijo partir de esa doble reflexión poética para pensar la lección de dignidad que Vanesa Orieta nos dio a todas y todos los que luchamos por la humanidad de los seres, que sería un buen modo de renombrar la lucha por los derechos humanos, para limpiarla de tantas incrustaciones oportunistas que ha sufrido en estos años.

Porque Vanesa habló de la dignidad de los naides, de cómo la familia de Luciano lo sostiene en su decisión de no aceptar el “empleo” que la Bonaerense le propone (pasar a robar para ellos en “territorios liberados”), a pesar de la pobreza extrema que sufre en aquellos años (entre el 2005 y el 2008, supuestos años de oro de la “década”) al llegar al nuevo barrio y alojarse en una casita de tres por uno donde sólo entraban dos cuchetas para toda la familia. Vanesa nos habló con tanta ternura y admiración de su hermano que uno lo puede imaginar con sus dientes grandes y sus ojos enormes, arrastrando el carrito cartonero o trabajando en la fundición donde ella le consigue un trabajo al que él acude disciplinadamente.



 De por qué su hermano creció rápido al tener que asumir el rol del “varón” familiar al borrarse el padre biológico y dejar a todos en la más rigurosa intemperie. E igual que su mamá Mónica, mostró su dolor y su culpa por haber puesto en duda el relato de Luciano, duda que le dolió a él casi más que las patadas y golpes que los policías le aplicaban donde quiera lo encontraban por el barrio, que no eran ellos gente de aceptar una negativa como la que Luciano les había dado.

Y de los veinte pesos. En la noche del día que estuvo preso y sometido a las torturas que ya se han descripto más de una vez, Vanesa convence a su hermano de ir al hospital a revisarse y conseguir un certificado para una futura denuncia (que nunca concretarían, espantados de las consecuencias que eso traería para toda la familia ante la vista del carácter institucional del accionar de Torales). El caso es que luego de conseguir que lo revisen, se preguntan el uno al otro si tienen para el colectivo y Luciano le cuenta que los últimos veinte pesos que tenía se los robaron en la comisaría, y los dos se largan a reír como los niños que casi son.

Lo habían detenido por ladrón, por ladrón le habían pegado y maltratado durante unas nueve horas en la cocina de un destacamento donde había entrado esposado, para luego sufrir toda clase de humillaciones, hasta la de tener que comerse un sandwich que previamente habían escupido los policías, valientes como Astiz en Malvinas. “Por ladrón”, le dijo el comisario Torales a Vanesa cuando ella le preguntó por qué estaba preso su hermano. Y resultaba que los únicos ladrones, y no de manera figurada sino literal, eran los policías de Torales y sus secuaces.

Los “vencedores” en la dura lucha por la supervivencia de los pobres; los que habían optado por subirse al carro de los vencedores, conchabarse en el aparato del Estado, que es el lugar del PODER real, el de los que vienen venciendo desde que los españoles llegaron a estas tierras y asesinaron a los primeros perdedores, nuestros originarios. Para Torales, claro que el Negrito Luciano Arruga era un perdedor. Dieciséis años tenía Luciano y ya trabajaba en los empleos peor remunerados y ni ducha tenía en su casa, tenía que ir a lo de su hermana para pegarse un baño antes de salir con sus amigos.

Por eso lo de Borges: “La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”. La de Luciano es la dignidad del Negrito Avellaneda escupiendo a sus torturadores cuando le preguntan dónde encontrar a su papá Floreal, fugado de la represión. Tenía la misma edad que Luciano, dos niños florecidos por la tortura.

Y me gusta imaginar que los mismos sueños. Mónica nos había contado de sus sueños de estudiar y tener un trabajo bien pago, de viajar y de cuidar a la abuela. Yo sé que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, pero digo que la generación victimizada por Videla había vivido una experiencia colectiva que la había llevado a la militancia política directa, pero no tengo ahora dudas que el sueño del buen vivir es el mismo y que la pared se levanta frente a ese sueño eterno de ser libres y felices, tiene distintos nombres y rostros pero es siempre el mismo, ese que Vanesa ha denunciado en tantos encuentros, y no es otro que el capitalismo.

He escrito decenas de artículos proponiendo la tesis de que el capitalismo es incompatible con los derechos humanos y que por deducción lógica directa, es el poscapitalismo, que a mí me gusta seguir convocando con el viejo y noble nombre de socialismo, el modo más rápido y sencillo de conquistarlos. El análisis más simple del caso Arruga, las declaraciones de Mónica y Vanesa, pero también el accionar injurioso de los defensores del Policía y la evidente incomprensión del mundo de Luciano por parte de los jueces, confirman sin lugar a dudas que la hipótesis es certera. Por lo que me animo a avanzar con otra más sencilla: el que quiera terminar con la tortura y el gatillo fácil tendrá que luchar por el socialismo.

Llevamos más de treinta años sufriendo la continuidad de la lógica y la cultura represora en las fuerzas del Estado que portan armas, es hora de despertar de la ingenua ilusión de que no habrá más comisarios Torales si hacemos bien los deberes democráticos de darles “charlas” y “cursos de derechos humanos”. Torales es tan indispensable al capitalismo argentino como el ingeniero Blaquier del Ingenio Ledesma. Y para terminar con ellos definitivamente hay que terminar con el sistema que los genera hora a hora. Por su naturaleza injusta, explotadora, discriminadora y asesina.

(1) Jorge Luis Borges, del libro La Cifra de 1981.

Autor: José Ernesto Schulman, secretario nacional de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre Publicado originalmente en Crónicas del Nuevo Siglo